LA SERVIDUMBRE VOLUNTARIA, LA SERVIDUMBRE ORIGINARIA, mj
El hombre puede renunciar a todos los placeres que quiera, pero no va a renunciar a su sufrimiento.
Gurdjieff, Psicología la posible evolución del hombre
En este seminario nos proponemos mostrar, en clave psicoanalítica, cómo la obediencia al poder encuentra su origen, más allá de toda imposición, en una originaria “voluntad de servidumbre”. El problema fue planteado en estos términos por La Boétie, en su obra La servidumbre voluntaria, a mediados del s. XVI. No cabe duda, no obstante, de que se trata de un tema eterno, el del mito platónico de la Caverna.
En el plano de lo colectivo, desgraciadamente, esta “voluntad de servidumbre” da lugar a un problema político de gran envergadura, el de la alienación al poder. En la era moderna, este asunto presenta una diferencia cualitativa respecto a todo tiempo anterior, diferencia debida tanto a los métodos de control y manipulación del sujeto logrados tras la revolución de la ciencia y de la técnica, como al hecho mismo del desarrollo alcanzado por la civilización.
Si es verdad que “en el peligro está lo que nos salva”, no cabe duda de que habremos de buscar, precisamente en dicha coyuntura, el camino para un “saber hacer con”. Y es que la “servidumbre voluntaria” nos conduce de lleno a la cuestión del sujeto y su destino. Defenderemos aquí que la tendencia originaria hacia la servidumbre, correlativa al deseo de libertad en el ser humano, presenta una disyuntiva, una ambivalencia: el destino del hombre puede ser un camino de liberación y autorrealización o la más crasa ruina existencial, la cual se da bajo las más diversas y graves formas de lo inauténtico.
“Servidumbre voluntaria”
En su Discurso de la Servidumbre voluntaria, La Boétie analiza los resortes en los que se basa la opresión y presenta una tesis sorprendente: la tiranía sería consecuencia de la servidumbre. Todo el texto de La Boétie se articula en torno a una relación que se presenta como enigmática pero recurrente, la relación Amo-sujeto o Amo-siervo. Más allá de cuestionar una u otra forma del ejercicio del poder político (monarquía o república, aunque su antiabsolutismo es evidente), el problema de la Boétie es anterior. Lo que le interesa no es en quién deleguen los hombres su poder sino en función de qué realizan esta cesión: “cómo puede ser que tantos hombres, tantos burgos, tantas ciudades, tantas naciones aguanten alguna vez a un tirano solo, el cual solo tiene el poder que aquellos le dan”. El ejercicio del poder político parece asentarse, en última instancia, sobre una extraña perversión: la secreta aceptación del dominio, cuyas razones permanecen ocultas.
¿Dónde reside la potencia para hacer que los sometidos se impongan a sí mismos la condición de siervos? ¿Por qué el Amo, que es más débil que la multitud, puede permanecer y preservarse haciendo que el sujeto sea el agente de la propia imposición y perpetuación de su servidumbre? ¿Qué es lo que hace, más allá de la amenaza y el miedo, que los hombres prefieran sufrir el yugo de un tirano antes que decir “no”?
Con asombro, La Boétie describe el fenómeno de la obediencia a un tirano como un caso de alucinación, de embrujo o fascinación por el “nombre Uno”, es decir, en términos que nos remiten a una posible relación íntima entre sujeto y Amo que es del orden de la idolatría. El poder que el gobernante ejerce sobre los gobernados será, en el fondo, el poder que los gobernados ejercen contra sí mismos.
Por otro lado, nuestro autor constata que, respecto al deseo de libertad, el ser humano se comporta de modo contrario a los animales. “La esclavitud es un ultraje hecho a la naturaleza y a su amor propio”, pues esta nos ha creado “naturalmente libres” y ha grabado en nuestro corazones “el eterno principio de la igualdad”. No cabe duda, por tanto, de que la libertad está del lado de la naturaleza y que la esclavitud pertenece a la civilización. Podemos concluir, por ello, que a más civilización y desarrollo, más servidumbre. La estrategia del tirano es, en todo tiempo y lugar, la misma: la violencia y, sobre todo, el embrutecimiento y la desnaturalización, la corrupción moral y el engaño. Todo eso lo consigue con la cultura. Es sorprendente la facilidad con la que el vasallo se sujeta a la esclavitud, se deja seducir por las pequeñas bagatelas que recibe a cambio y se corrompe bajo la fuerza del hábito y la costumbre. La prueba es que los animales, sin duda, prefieren la muerte antes que perder la libertad, y no se dejan seducir por las comodidades y las ventajas que pueda traer la sumisión a un Amo.
En cualquier caso, el poder se ejercita de forma piramidal, de modo que los súbditos van conformando un sistema en el que unos se oprimen a otros. La máxima servidumbre se da en la parte superior de la misma, el tirano y sus secuaces, presas del temor y de la mayor indignidad, mientras la base carga con el peso de toda la trama de opresión que se ejerce desde la cúspide.
La Boétie afirma que los hombres, en realidad, no desean ser libres, pues tan solo el desearlo sacudiría el yugo sin necesidad de pulverizar el ídolo. Es de notar que la tesis de la Boétie no es universalista sino que se trata, más bien, de una generalización, pues “hay no obstante algunas almas” que “nunca pudieran avenirse con la esclavitud por más que la ataviaran”, y lo mismo ha ocurrido con pueblos valerosos como fueron los griegos enfrentando a los persas y todos los que encararon al tirano hasta el punto de estar dispuestos a morir.
Según la lógica que La Boétie describe, el sujeto se pierde en el deseo de su Amo, mientras este se destruye a sí mismo presa de su propia voracidad. Si no hay deseo de libertad, entonces es que el deseo cae del lado de la complacencia en la propia sumisión: ¿cómo puede explicarse esto?
Servidumbre y pulsión de muerte
En 1937-38, Simone Weil, tras su experiencia en España y el estudio de la obra de La Boétie, publica Meditación sobre la obediencia y la libertad. En este texto, Weil expone la idea de que solo a través de La servidumbre voluntaria de la Boétie es posible comprender esa monstruosidad sin precedentes que fue el desarrollo de los totalitarismos en la Europa de entreguerras y que lo es, de un modo muy especial, para el análisis de la lógica del estalinismo, visto como la compulsión enferma de la clase revolucionaria a los mandatos más destructivos y autodestructivos.
El fenómeno del estalinismo no es para Weil únicamente una tragedia histórica. Su dimensión trágica viene del hecho de ser mucho más que un acontecimiento: existe en ello algo que revela una esencial enfermedad de la mente humana. Hay una necesidad implacable que “mantiene de rodillas a las masas de esclavos”: el carácter patológico de esa voluntad de servidumbre se desvela sin ambages cuando la sumisión del sujeto se convierte en un consentido sacrificio
¿Cómo es posible que la obediencia se mantenga cuando supone, por lo menos, tantos riesgos como la rebelión? ¿Qué es lo hace que en situaciones de exterminio la víctima llegue a aceptar, e incluso a desear, su propia destrucción más que ninguna otra cosa? ¿Por qué el daño nos es tan profundamente deseable?
La esclavitud de la cultura
Freud, en Psicología de las masas y análisis del Yo, se ocupó de tratar de entender aquellos mecanismos colectivos que llevan al sujeto a estados de alienación en relación a un líder, inaugurando una reflexión sobre la presencia en la psique del poder instituido. En esta línea, se han realizado una serie de reflexiones sobre las condiciones subjetivas del sometimiento, particularmente en el caso de los totalitarismos (Reich, Adorni y Marcuse, P. Aulagnier, C. Castoriadis…). La subordinación al poder y la complacencia en el quedar a merced de la perversidad de otro sujeto o de un poder político, han permitido pensar tanto en las cuestiones atinentes a la estructura de la subjetividad como en las vicisitudes características de los colectivos. Los mecanismos de la socialización de la psique, incluyendo los modos específicos de ataque a la autonomía del sujeto y su caída en la alienación, son vistos como una relación dialéctica y ambivalente entre la psique individual y la sociedad.
Desde el psicoanálisis, la psicogénesis permite entender qué es lo que favorece en el sujeto el estado de servidumbre. Se trata de una “falla estructural”, una falta que surge en el advenimiento mismo del “ser en el mundo” y que proviene de la doble dimensión existencial entre naturaleza y cultura/lenguaje. La psique del sujeto se encontraba antes en un estado previo indiferenciado que fue vivido como completud, la cual marcará todo sentido posterior una vez el individuo sea tal. Perdido aquel goce primigenio, el sujeto deviene al mundo simbólico del lenguaje como “sujeto de deseo”, es decir, como un ser por siempre incompleto. El goce perdido no retornará sino con la muerte, pero este sujeto vive con el recuerdo inconsciente de una felicidad mítica, lo cual será el motor de su búsqueda implacable de sentido. El ser humano resulta pues un “ser práxico”, movido por el deseo del que surgió en una circunstancia única y esto implica, por tanto, que carecerá de una identidad plena.
Es lo parental y luego lo social lo que moldea la conciencia del sujeto. La situación de desamparo e indefensión en que se encuentra el niño en sus primeros tiempos de vida lo hace absolutamente dependiente de aquellos que se hacen cargo de él. Esto genera una “servidumbre” del niño en relación a las figuras primordiales y, a través de estas, al Otro (el mundo), servidumbre que es estructurante y que ofrece una base de sentido sobre la cual el sujeto podrá edificar el propio. Así es que todo sujeto está habitado por y es deudor de un discurso que lo antecede y lo instituye como tal y que condiciona su modo de vivir. La salida corresponde al complejo de Edipo y la castración pero, si se perpetua dicho estado infantil de servidumbre, sucederá la alienación. El sujeto quedará ubicado entre las limitaciones que aquel le impone, vividas como la amenaza del castigo (el superyó), y la demanda pulsional, inconsciente, de goce. El masoquismo moral y el sentimiento de culpa serán, así, los residuos de la entrada a ese mundo humano que constituye una parte esencial de su ser “sujeto”.
El discurso del Otro marca al sujeto en su identidad, ideales, expectativas, valores y creencias. En cuanto tal, el individuo es dependiente de ese “Otro”, del mundo social que habita y que lo fundó. Es cuando el Otro prosigue en su condición de saber absoluto sobre el sujeto, sin dar cabida a que su yo advenga, que se produce una situación de ataque violento al yo. Cuanto más tecnificada es una cultura, más violento es su ataque al yo. Es el sujeto el que se ataca a sí mismo conforme interioriza su socialización, pues el Otro también es uno mismo, aunque él no lo quiere saber.
Para un “sujeto de deseo”, la alienación consiste precisamente en “ceder el deseo”, es decir, en la renuncia a la prosecución de su ser auténtico para devenir en objeto del deseo de otro. La condición de ser un proyecto y la inevitabilidad de la decisión sin garantías, constituye la eterna seducción a permanecer en lo inauténtico para refugiarse del desamparo radical en las habladurías cotidianas de la caverna. Toda una serie de servidumbres son posibles, y estas van desde las debidas a instancias del aparato psíquico a los casos de un discurso social impuesto como son los totalitarismos, pasando por el sometimiento al deseo de otro sujeto, a cualquier ideología social y, en realidad, a prácticamente cualquier cosa que se presente como una promesa de sentido, de soporte a una identidad, por mísera que esta pudiera llegar a ser.
Conclusión: Hay un placer, más bien un goce, en la servidumbre.
El poder se sirve siempre del encuentro con el deseo para introducirse en la psique de los sujetos, sirviéndose de ese “malestar en la cultura” proveniente de las renuncias pulsionales exigidas para vivir en sociedad, a cambio de las cuales esta ofrece “seguridad”: un sentido social, una identidad. Así es como el poder se perpetúa produciendo sujetos conforme a sus objetivos. Para ello, el imperativo social, interiorizado como superyó, se apoya en un deseo presente en el sujeto: el de eludir la incompletud a nivel del yo, anulando la incertidumbre de su propio destino. Es por esto que dice Freud que al superyó subyace la pulsión de muerte, camuflada bajo su aparente nobleza simbólica.
Es inevitable que la identidad simbólica a la que se adhiere el sujeto en lo social resulte placentera. Se trata de Thanatos, la eterna tentación de regresar al estado originario de reposo psíquico, la completud perdida. En estados de alienación, el sujeto privado de su sumisión no sería nadie. Por ello es que el deseo recae sobre la servidumbre. Los hombres son prisioneros del fantasma de un cuerpo social del cual se sienten miembros, de tal modo que una rebelión contra este supone, a nivel inconsciente, una rebelión contra sí mismos. Y es que el Amo es el mentor que ha construido la conciencia del sujeto.
La Boétie estaba en lo cierto, la servidumbre es una consecuencia de la relación que el individuo mantiene consigo mismo. El sujeto es una función gramatical que genera identidad, pero sujeto es también lo que está sujetado a algo. Es por esto que toda verdadera revolución política implica, ineludiblemente, una “toma de conciencia” que es una sublevación del sujeto contra sí mismo, es decir, contra el acervo de sus propias identidades o servidumbres.
LECTURAS:
J. Alemán, Para una izquierda lacaniana.
E. de La Boétie, Discurso de la servidumbre voluntaria
J. Lacan, Seminario XX: Aún
Platón, República VII: “Mito de la Caverna”
S. Weil, Meditación sobre la obediencia y la libertad
María José, me quería poner en contacto con usted y no tengo su correo, le dejo el mío y si ve esto póngase si puede en contacto conmigo que quiero hacerle una consulta respecto a selectividad. Soy Esteban Gilgado de 2ºNA, un saludo.
ResponderEliminaresteban_de_lanzarote@hotmail.com